El don de
un padre y una madre para los niños del mundo
Comentario del P. Raniero
Cantalamessa, ofmcap., a la liturgia de la Misa de la Sagrada
Familia
Sobre la
familia
«Hijo, ¿por
qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados». En
estas palabras de María vemos mencionados los tres componentes esenciales de una
familia: el padre, la madre, el hijo. No podemos este año hablar de la familia
sin tocar el problema que en estos momentos más agita a la sociedad y preocupa a
la Iglesia: los debates parlamentarios sobre el reconocimiento de las parejas de
hecho.
No se puede
impedir que el Estado busque dar respuesta a situaciones nuevas presentes en la
sociedad, reconociendo algunos derechos civiles a personas también del mismo
sexo que han decidido vivir juntas sus propias vidas. Lo que importa a la
Iglesia –y debería importar a todas las personas interesadas en el bien futuro
de la sociedad- es que esto no se traduzca en un debilitamiento de la
institución familiar, ya muy amenazada en la cultura
moderna.
Se sabe que
la forma más efectiva de agotar una realidad o una palabra es la de dilatarla y
banalizarla, haciendo que abrace cosas diferentes y entre sí contradictorias.
Esto ocurre si se equipara la pareja homosexual al matrimonio entre el hombre y
la mujer. El
sentido mismo de la palabra «matrimonio» -del latín, función de la madre
(matris)- revela la insensatez de tal proyecto.
No se ve,
sobre todo, el motivo de esta equiparación, pudiéndose salvaguardar los derechos
civiles en cuestión también de otras maneras. No veo por qué esto deberá sonar a
un límite y ofensa a la dignidad de las personas homosexuales, hacia quienes
todos sentimos el deber de respetar y amar, y de quienes, en algunos casos,
conozco personalmente su rectitud y sufrimiento.
Lo que
estamos diciendo vale con mayor razón para el problema de la adopción de niños
por parte de parejas homosexuales. La adopción por parte de éstas es inaceptable
porque es una adopción en exclusivo beneficio de los adoptantes, no del niño,
que bien podría ser adoptado por parejas normales de padre y madre. Hay muchas
que esperan hacerlo desde hace años.
Las mujeres
homosexuales también tienen, se hace observar, el instinto de la maternidad y
desean satisfacerlo adoptando a un niño; los hombres homosexuales experimentan
la necesidad de ver crecer una joven vida junto a ellos y quieren satisfacerla
adoptando a un niño. Pero ¿qué atención se presta a las necesidades y a los
sentimientos del niño en estos casos? Se encontrará con que tiene dos madres o
dos padres -en lugar de un padre y una madre-, con todas las complicaciones
psicológicas y de identidad que ello comporta, dentro y fuera de casa. ¿Cómo
vivirá el niño, en el colegio, esta situación que le hace tan diferente de sus
compañeros?
La adopción
es trastornada en su significado más profundo: ya no es dar algo, sino buscar
algo. El verdadero amor, dice Pablo, «no busca el propio interés». Es verdad que
también en las adopciones normales los progenitores adoptantes buscan, a veces,
su bien: tener alguien en quien volcar su amor recíproco, un heredero de sus
esfuerzos. Pero en este caso el bien de los adoptantes coincide con el bien del
adoptado, no se opone a él. Dar en adopción un niño a una pareja homosexual,
cuando sería posible darlo a una pareja de padres normales, no es, objetivamente
hablando, hacer su bien, sino su mal.
El pasaje
del Evangelio de la festividad termina con una escena de vida familiar que
permite entrever toda la vida de Jesús desde los doce a los treinta años: «Él
bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre iba guardando
todas estas cosas en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en edad y
en gracia ante Dios y los hombres». Que la Virgen obtenga a todos los niños del
mundo el don de poder, también ellos, crecer en edad y gracia rodeados del
afecto de un padre y de una madre.
[Traducción
del italiano realizada por Zenit]
Fuente:
Zenit.org, ZS06122901